Preciosa historia de ética cristiana, de autor desconocido, recogida en el libro de Rosario Gómez, “Cuentos con Alma”.Dos hombres, ambos seriamente enfermos, ocupaban la misma habitacion de un hospital.
A uno de ellos se le permitía sentarse en su cama por una hora cada tarde para ayudar a drenar los fluidos de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana del cuarto.
El otro hombre debía permanecer todo el tiempo en su cama tendido sobre su espalda.
Los hombres hablaban por horas y horas. Hablaban acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, sus trabajos, su servicio militar, de cuando ellos han estado de vacaciones, etc.
Y cada tarde, en la cama cerca de la ventana, el hombre que podía sentarse se pasaba el tiempo describiéndole a su compañero de cuarto las cosas que él podía ver desde allí.
El hombre, en la otra cama, comenzaba a vivir, en esos pequeños espacios de una hora, como si su mundo se agrandara y reviviera, en esos momentos, toda la actividad y el color del mundo exterior. Se divisaba desde la ventana un hermoso lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre flores de todos los colores del arcoiris. Grandes y viejos árboles adornaban el paisaje y una ligera vista del horizante, en la ciudad, podía divisarse a la distancia.
Como el hombre en la ventana describía todo esto con exquisitez de detalles, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar tan pintorescas escenas.
Una cálida tarde de verano, el hombre de la ventana le describió un desfile que pasaba por ahí. A pesar de que el hombre no podía escuchar a la banda, él podía ver todo en su mente, pues el caballero de la ventana le representaba todo con palabras muy descriptivas desde el punto de vista estético. Días y semanas pasaron.
Un día la enfermera de la mañana llegó a la habitación para controlar la temperatura corporal, como cada día y descubre el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, había muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se entristeció mucho, su compañero todavía más, recordando los buenos momentos compartidos.
Tan pronto como creyó conveniente, el otro hombre preguntó si podía ser trasladado cerca de la ventana.
La enfermera estaba feliz de realizar el cambio, luego de estar segura de que estaba confortable, ella le dejó solo.
Lenta y dolorosamente se incorporó apoyado en uno de sus codos para tener su primera visión del mundo exterior.
Finalmente, iba a tener la dicha de verlo por si mismo, se estiró para, lentamente girar su cabeza y mirar por la ventana que estaba junto a la cama. Solo había un gran muro blanco. Eso era todo..
El hombre preguntó a la enfermera que pudo haber obligado a su compañero de cuarto a describir tanta cosas maravillosas a través de la ventana. La enfermera le contestó que ese hombre era ciego y que de ninguna manera él podía ver esa pared.
Ella dijo, con mucha ternura:
__"QUIZÁS ÉL SOLAMENTE QUERÍA DARLE ÁNIMOS"_